NUESTROS ANCESTROS – Los muertos están vivos

Aquellos que nos han dejado no están ausentes, sino invisibles. San Agustín, Narraciones sobre los Salmos

Aída Reboredo Arroyo

La influencia de los ancestros no se limita a la herencia genética, a la transmisión de hábitos o a la repetición de conductas: fechas importantes, accidentes, sucesos y enfermedades se repiten en los descendientes aún cuando el recuerdo del ancestro haya sido suprimido durante varias generaciones. Los conflictos silenciados, las historias escondidas reaparecen en los vivos. Por medio de psicoterapias con técnicas no invasivas de la conciencia, se libera en la mente del descendiente el conflicto no resuelto estancado en el antepasado muerto.

Desconocer el pasado nos convierte en sus prisioneros. Para conocerse a sí mismo se requiere tomar conciencia de los elementos transgeneracionales que construyen la realidad de un individuo. El desconocimiento de estos componentes estructurales impide la detección de estados que se repiten de ancestros a descendientes en largas cadenas intergeneracionales.

Las nuevas generaciones son vasijas receptoras de antiguos conflictos familiares no resueltos que es posible detectar y transformar en sesiones psicoterapéuticas de relajamiento profundo. En estas sesiones se accede a personas y espacios que ya no existen en el mundo material actual. Aunque estos escenarios y sus actores han desaparecido físicamente, permanecen vivos en otra dimensión que se encuentra estrechamente vinculada a nuestra realidad. El sujeto en el estado mental suprasensible —más allá de la percepción sensorial— producido por el relajamiento profundo y con la guía del psicoterapeuta puede incidir en esos escenarios suspendidos en el tiempo. Quien conoce su pasado se adueña de su presente.

Existen interconexiones entre ancestros y descendientes, entre muertos y vivos. Un ser humano no es sólo un cuerpo material. Más allá del cuerpo físico que observamos con los cinco sentidos, más allá del cuerpo emocional y del cuerpo intelectual existe un cuerpo espiritual con varias capas; las últimas abarcan todo el universo físico. El espíritu no está limitado ni por el espacio ni por el tiempo y sostiene a todo lo existente. La visión fragmentada considera que  materia y espíritu son dos realidades independientes; sin embargo, son una unidad indivisible. Materia y espíritu son realidades interdependientes.

El espíritu no depende de la existencia de un cuerpo para existir.  Sólo bajo ciertas circunstancias está ligado a formas físicas, pero no está constreñido a ellas. La vida es manifestación del espíritu, que es el observador de la existencia material. Cuando muere una persona su registro de información, la memoria de su existencia, permanece activa. La limitada capacidad receptiva de los cinco sentidos y las funciones propias de la mente racional dificultan la detección de los planos sutiles, pero que no podamos conocerlos a través de la percepción sensorial no significa que no existan. El conocimiento suprasensorial va más allá de la reducida capacidad receptiva de los órganos de percepción y de la mente racional.

La información que podemos obtener por la vía extrasensorial no se limita a la existencia presente: tenemos también acceso al pasado —no sólo a nuestro propio pasado personal— y al futuro. La información del futuro la reciben todos los seres humanos a través de sueños y premoniciones, pero no todos toman con seriedad  estos avisos provenientes de otras dimensiones ni logran interpretarlos adecuadamente. También es posible recibir información sobre vidas pasadas y sobre seres existentes en otras dimensiones a través de psicoterapias de regresión y transgeneracionales. Esta información se recibe a través de voces e imágenes mentales.

De forma permanente, despiertos o dormidos, estamos vinculados no solamente con el propio presente y pasado sino con el presente y pasado de otras personas, incluidas aquellas que carecen de un cuerpo fisico. Del mismo modo nos mantenemos ligados a dimensiones invisibles, aunque no siempre seamos conscientes de ello. El presente no se reduce a lo que se percibe con los sentidos en el aquí y ahora, sino que es una compleja red de interconexiones e intercambios de información entre tiempos y dimensiones con los que se está en estrecha vinculación e interacción. No estamos solos, no dependemos solamente de lo que podamos ver, sentir, oír o del almacén de recuerdos: somos parte de un universo interdimensional en permanente interdependencia y comunicación.

Las personas conducidas en sesiones psicoterapéuticas a estados de relajamiento profundo con técnicas no invasivas, visualizan a ancestros muertos desconocidos de quienes a veces ni siquiera escucharon sus nombres o alguna referencia. Durante el relajamiento, las funciones racionales y verbales características del hemisferio izquierdo del cerebro decrecen mientras el pensamiento por imágenes propio del hemisferio derecho se agudiza. En este estado se despliegan imágenes que permiten conocer situaciones del pasado. El psicoterapeuta le pide que las traduzca en palabras, para transferirlas del estado inmaterial de meditación al conocimiento consciente que se estructura a través del lenguaje verbal.

En estas sesiones el sujeto se da cuenta que está repitiendo la vida del ancestro. Se percata que lo que consideraba como hechos personales y situaciones fortuitas son repeticiones de la vida de una persona físicamente muerta. El trabajo psicoterapéutico le permite relacionarse con esa entidad del pasado como si se tratara de una persona física presente: se ven, se oyen, dialogan e incluso llegan a tocarse. El encuentro con el ancestro usualmente produce en el descendiente un sentimiento de completud, además de permitirle esclarecer su propia existencia.

Este trabajo psicoterapéutico interrumpe las repeticiones transgeneracionales porque desata los nudos del conflicto que mantenían adherida la presencia espiritual al campo energético del sujeto. Para acceder a una experiencia más allá de los sentidos de percepción no se requieren habilidades especiales, pero sí es imprescindible el acompañamiento de un psicoterapeuta especializado en este método.

Es común que los ancestros que se manifiestan en las sesiones psicoterapéuticas hayan sido personas rechazadas por sus familias durante varias generaciones: el secreto envuelve sus existencias. No obstante, su memoria permanece activa en lo no-dicho, en el silencio. El rechazo es la respuesta familiar a quienes ponen en entredicho la imagen que la familia desea que prevalezca. Genera menos incertidumbre familiar negar a un integrante transgresor y a sus descendientes directos que cuestionarse sobre su propia responsabilidad ante el suceso crítico. Esta negación es un mecanismo de defensa psicológica. El ancestro rechazado continúa vivo aunque los hechos y hasta su nombre se olviden. Como nadie muere porque sólo puede morir la materia —el cuerpo físico— el espíritu del ancestro conserva el estado de conflicto que experimentó en vida.

Todo lo que se resiste persiste. Lo que se rechaza se estanca. Los conflictos ocultos generan bloqueos que afectan no solamente la mente y el cuerpo físico de la persona viva, sino estancamientos que permanecen después que la persona muere. Estos bloqueos energéticos producidos por los conflictos no resueltos se mantienen en espera de solución independientemente del tiempo transcurrido entre la muerte de la persona y el presente. Es común que los ancestros rechazados reflejen en algún descendiente la situación no resuelta; éste manifestará el conflicto de forma física y psicológica a través de diversas patologías. Asimismo repetirá en su vida sucesos similares a los ocurridos al ancestro con quien mantiene una ligazón energética-espiritual por afinidad.

Un caso extremo de conflicto que tiende a silenciarse durante generaciones es el suicidio, hecho que no puede considerarse de forma individual ni aislado de la dinámica psicosocial de su grupo familiar. El suicida es un emergente grupal que muestra con su decisión problemas severos que la familia prefiere rechazar antes que analizarse a sí misma y proceder a una honesta corrección. Como mecanismo para proteger el estado que la familia desea preservar, el miembro suicida es condenado al olvido: su nombre deja de pronunciarse; el silencio y la marginación alcanzan también a sus hijos. La crisis repercute en varias generaciones aunque los hechos ocurridos y el nombre del familiar se oculten en el mayor secreto. El olvido no soluciona el conflicto, al contrario lo recrudece.

El conflicto no resuelto crea un estado energético que puede manifestarse en algún descendiente, causando síntomas psicológicos y físicos que simulan la situación que padeció el ancestro. Estos efectos se desvanecen cuando el descendiente entra en contacto con su ancestro y conoce su historia. El diálogo empático entre ambos hace fluir el estancamiento, desapareciendo tanto el conflicto original del ancestro como su repercusión en su descendiente.

De este modo, el trabajo psicoterapéutico transgeneracional tiene consecuencias sanadoras no sólo para el paciente sino también para el ancestro involucrado. La vida del ancestro que se manifestó desde el silencio en el descendiente retorna al presente; al dársele voz se resuelve el conflicto y desaparecen los reflejos patológicos en el descendiente. Esto es posible porque pasado, presente y futuro son tres realidades simultáneas. Los ancestros y sus descendientes están vinculados aunque se encuentren en dimensiones y tiempos diferentes. Los diferentes  planos y formas de existencia material y espiritual coexisten en el presente, en el aquí y ahora.

Cuando un descendiente entiende y acepta sin juicios lo que sucedió al ancestro, cuando capta la complejidad de su vida en su contexto, el conflicto se desvanece y cesan las repeticiones. Lo que mantuvo al conflicto sin resolverse fue el ocultamiento, el secreto. La revelación del secreto rompe las cadenas de repeticiones transgeneracionales.

Acerca de la autora

Aída Reboredo Arroyo
Aída Reboredo Arroyo
Es autora de libros y artículos; cofundadora del primer centro de estudios de la mujer en México. Es Psicóloga Clínica con estudios de maestría y doctorado realizados en Francia y Brasil. Fue profesora universitaria en diversas instituciones académicas de la Ciudad de México y de Veracruz, así como cofundadora de las Agencias Especializadas en Delitos Sexuales.

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