El miedo que tienes —dijo Don Quijote— te hace, Sancho, que ni veas ni oyas a derechas, porque uno de los efectos del miedo es turbar los sentidos y hacer que las cosas no parezcan lo que son (1).
Quédate tranquilo, ese no es tu miedo, es el temor del volador (2).
El COVID-19, un nuevo tipo de Coronavirus catalogado como pandemia por la Organización Mundial de la Salud, no es un caso excepcional en relación a otras epidemias recientes; tampoco es el virus que haya producido —hasta ahora— las mayores tasas de mortalidad. Esta es la séptima epidemia global del siglo XXI, las otras han sido SARS en 2003, la gripe aviaria en su cepa H5N1 en 2005, la pandemia H1N1 en 2009, el MERS-CoV en 2012, el Ébola y el Zika en 2014.
La pandemia COVID-19 muestra la necesidad inminente de corregir el estado de fragmentación de nuestras conciencias, estado que es el origen del desequilibrio en las relaciones humanas y con la naturaleza. No importa si somos conscientes o no de la interconexión, de la unidad en que intersomos con todo lo existente, porque esta interconexión existe, aunque no la tomemos en cuenta. Al no tomarla en cuenta producimos el caos climático y ecológico que experimentamos y del que el COVID-19 es una consecuencia más entre tantas otras consecuencias.
No es necesario entender el principio holográfico o la teoría de cuerdas para apropiarnos del conocimiento que consiste en que la parte incide sobre el todo y viceversa. Podemos interactuar confiados en esta sabiduría perenne tan antigua como la humanidad. El poder de cada persona no depende de las circunstancias en que se encuentra sino radica en la capacidad que desarrolle para vivir en paz y armonía con la creación, sin dañar ni dañarse.
No es banal la lucha que emprende un solo individuo por vivir en interconexión, porque la repercusión que produce ese intento personal no queda limitado a su entorno visible, sino abarca el complejo ámbito de la realidad cuántica, así como el mundo de los seres inorgánicos que se relacionan activamente con nuestra forma material-espiritual de existencia. Existe tal relación holográfica entre la parte y el todo que nada está limitado al tiempo y espacio en que ocurre, de ahí que los pensamientos y emociones de un individuo aislado se reflejan no sólo en nuestro mundo sino en el universo. Nuestro gran poder para transformar lo existente radica en la interconexión. Un pensamiento de amor y paz que abriguemos en silencio repercutirá en toda la creación.
Durante milenios la humanidad ha sobrevivido a diversas formas masivas de destrucción y sufrimiento sin organizarse para transformar las causas que los originan cíclicamente. La causa que origina ahora la pandemia del Coronavirus es la misma que crea la pobreza y el hambre en el mundo aun cuando existen recursos suficientes; es también la misma causa que genera las guerras aniquiladoras. La causa es el desamor producido por la fragmentación en que vivimos; desconectados de nosotros mismos, del prójimo, de la naturaleza y de la vida en general sólo podremos crear desequilibrios. El miedo genera desequilibrio y desarmonía, el amor genera equilibrio y armonía: ‘En el amor no hay temor, sino que el amor perfecto echa fuera al temor, porque el temor proviene de la desconfianza, y el que teme no ha sido perfeccionando en el amor’ (3).
Las medidas sanitarias restrictivas para el control de la pandemia compelen a millones de personas a permanecer en sus casas, lo que produce efectos colaterales favorables para la crisis climática y ecológica. Efectos favorables también para los millones de personas forzadas a abandonar el automatismo de sus rutinas diarias, lo que les concede soledad y tiempo libre, así como para muchos la oportunidad de repensar la forma en que viven y la calidad de sus relaciones humanas. A estas políticas sanitarias deberían agregarse aquellas que transformen el origen espiritual, psicológico y bioenergético de la pandemia.
Si el Coronavirus nos produce miedo, ira, rechazo, estaremos recreando las mismas energías de miedo y odio que lo produjeron y que es conveniente corregir. Si lo aceptamos como un subproducto del estado de nuestra conciencia colectiva, entonces nos empoderaremos y estaremos motivados a generar energía de sanación y ya no más energía de daño. Tenemos la oportunidad de enfrentar psicológica y espiritualmente esta pandemia de una manera diferente a la usual. Sin embargo, la energía de los hábitos nos constriñe a repetir generación tras generación – en complejas cadenas intergeneracionales – las mismas pautas emocionales ante las situaciones de emergencia: miedo, ira, rechazo. Si desaprendemos este modo intergeneracional de interpretación/reacción y aprendemos nuevas formas de interrelacionarnos entre nosotros y con la naturaleza, detendremos el avance tanto de este virus como de cualquier otra forma de daño y perjuicio, incluidas las guerras de conquista de territorios en sus modalidades actuales, la pobreza y el hambre en el mundo.
Lo que ocurre en el mundo exterior es la manifestación, el reflejo de nuestros pensamientos, sentimientos, palabras y acciones. El COVID-19 es efecto, reacción de la naturaleza a la codicia, la ira y la ignorancia en que vivimos cada día. La energía albergada en nuestros corazones se refleja en el mundo exterior, el mundo en que vivimos, con características destructivas de igual o mayor intensidad que como las generamos, aunque con apariencias diversas.
Actuamos usualmente con la conciencia fragmentada desprovista del entendimiento que el mundo es una red de interconexiones y reflejos, como ilustra la metáfora de la Red de Joyas de Indra. Si corregimos esta falsa idea de separabilidad y la convertimos en conciencia de unidad, viviremos en la perspectiva de la interdependencia actuando con la benignidad que surge de la conciencia de interconexión.
Al transformar la visión centrada en el pequeño yo en una visión integradora, corregiremos las causas de todos los males que nos abruman. Si renunciamos a la visión ególatra basada en la importancia personal y aprendemos formas respetuosas de interconexión con todo lo existente, sanaremos como personas, sanaremos a nuestras familias, comunidades y países: sanaremos la Tierra. El COVID-19 y todas las epidemias y pandemias, así como las catástrofes naturales, climáticas y ecológicas, son manifestaciones de nuestro estado de conciencia y nos abre un camino de reflexión que pudiera corregir la forma dañina en que nos relacionamos entre humanos, con los animales y con la naturaleza en general.
‘… no tenemos de qué temer siempre y cuando estemos conectados, porque con nuestra conexión (generamos) una fuerza que mata a todos los virus… La conexión entre nosotros es una fuerza natural que opera en contra de todas las fuerzas negativas… nada puede resistir esa conexión (que) mata a todos los dañinos: dañinos espirituales, dañinos corporales (…) Nuestros pensamientos son la fuerza más destructiva o la fuerza más positiva en la naturaleza… Amor, conexión, eso es lo que ordena la fuerza positiva y destruye todas las cosas negativas. Al querer conectarnos con un mismo pensamiento, un mismo propósito, creamos un campo, una fuerza: el pensamiento es fuerza, es un campo y nosotros conectamos nuestras fuerzas, entonces creamos un campo de fuerzas donde nada nos puede hacer daño’ (4).
Con cierta regularidad se producen circunstancias que generan estados globales de pánico semejantes al que experimentamos en la actualidad. La reacción humana de miedo e ira ante los peligros considerados inminentes genera egregores que a su vez potencian estas emociones. Un egregor es un cúmulo de energía organizada e inteligente que inicia su existencia como resultado de un campo de vibración personal; posteriormente se aglutina con campos vibratorios semejantes. Después de unificarse con egregores generados por pensamientos y sentimientos similares, los egregores personales se independizan de quienes los crearon, aunque sus creadores no logren independizarse de ellos y permanezcan bajo su influencia repitiendo las pautas emocionales afines a la vibración que los formó, que los nutre y los sostiene.
La inteligencia sinérgica que caracteriza a estas formaciones energéticas les permite consolidarse hasta convertirse en vigilantes del cuerpo astral de las multitudes. Se convierten en obsesores que, junto con otras fuerzas visibles e invisibles, aseguran que las multitudes repitan generación tras generación los mismos pensamientos y patrones emocionales; de esta forma las multitudes llegan a pensar y sentir como una unidad. Esta unificación de sentimientos y pensamientos asegura en el tiempo y en el espacio la permanencia de los egregores. Pero los egregores no son los únicos a quienes alimentamos con miedo e ira. Alimentamos también a otros seres inorgánicos,
‘Muchas entidades del universo en su totalidad, entidades que poseen conciencia, pero no organismo, aterrizan sobre el campo de conciencia de nuestro mundo (5). Tenemos un predador que vino desde las profundidades del cosmos y tomó control sobre nuestras vidas. Los seres humanos son sus prisioneros. El predador es nuestro amo y señor. Nos ha vuelto dóciles, indefensos. Si queremos protestar, suprime nuestras protestas. Si queremos actuar independientemente, nos ordena que no lo hagamos (6).
Los Evangelios ofrecen el conocimiento para liberarnos de las diversas entidades opresoras que responden a un mismo fin. Los evangelistas dan asimismo testimonio de la obra de Jesús contra los poderes invisibles que coadyuvan para mantener el estado de encadenamiento espiritual y físico de la humanidad. El libro de Efesios describe esta lucha: ‘porque su lucha no es contra carne y sangre, sino contra principados, contra gobernantes, contra los poseedores de este mundo de tinieblas y contra los espíritus malignos que están bajo los cielos’ (7). La lucha es espiritual y psicológica para renovar las estructuras fisiológicas, bioquímicas y bioenergéticas sustentadoras de las nuevas formas no dañinas de pensar y sentir.
No estamos solos en esta lucha porque contamos con un ejército de ángeles a nuestro favor: ‘El mal no se acercará a ti, ni plaga tocará tu morada, porque Él dará órdenes a sus ángeles acerca de ti para que te protejan en todos tus caminos; en sus brazos te llevarán para que tu pie no tropiece’ (8).
Hoy estamos enfrentando un doble reto: la pandemia en sí misma y el miedo a la pandemia. La pandemia es interpretada como invencible, como una sombra que pudiera alcanzarnos en cualquier momento, por eso provoca la energía del miedo que sostiene a los seres inorgánicos y fortalece a los poderes dominantes: ‘para ellos somos comida, y nos exprimen sin compasión porque somos su sustento. Así como nosotros criamos gallinas en gallineros, así también ellos nos crían en humaneros (9) (…) nos mantienen vivos para alimentarse con la llamarada energética de nuestras seudopreocupaciones’ (10).
Por más de una razón es conveniente unirnos para transformar el pánico en paz y solidaridad. Si desactivamos el egoísmo y el miedo con que estamos enfrentando esta pandemia, si nos unimos en vez de separarnos más, desactivaremos la potencia con que avanza el COVID-19. Desactivaremos asimismo el poder de las fuerzas visibles e invisibles que mantienen a la humanidad cautiva, ciega y temerosa ante enemigos reales o imaginarios. Todas las batallas libradas desde la ignorancia dejan un saldo positivo a favor del miedo.
No estamos solos.
(1) Miguel de Cervantes Don Quijote de la Mancha, Edición del IV Centenario, Real Academia Española. Ingramex, Cd México 2004, Primera parte, cap XVIII p 161.
(2) Carlos Castaneda El lado activo del infinito Suma de Letras, S.L. Madrid 2002 p 376.
(3) Primera Epístola del Apóstol Juan Biblia Peshitta en Español. Traducción de los Antiguos Manuscritos Arameos, Tennessee 2006.
(4) Dr Michael Laitman ¿Tendremos que temer? El mundo: Epidemia de Coronavirus YouTube, Marzo 2020
(5) Carlos Castaneda, op cit p 318.
(6) id p 362.
(7) Efesios 6,12 Biblia Peshitta en Español, op cit.
(8) Salmo 91,10-12 id.
(9) Carlos Castaneda op cit p 363
(10) id p 367
Acerca de la autora
- Es autora de libros y artículos; cofundadora del primer centro de estudios de la mujer en México. Es Psicóloga Clínica con estudios de maestría y doctorado realizados en Francia y Brasil. Fue profesora universitaria en diversas instituciones académicas de la Ciudad de México y de Veracruz, así como cofundadora de las Agencias Especializadas en Delitos Sexuales.
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Excelente artículo querida Dra. Aída …
Apreciable lector, puede resultar confrontante, inverosímil, incluso increíble, conocer las causas del Convid-19 y otros gérmenes que han afectado al mundo en períodos distintos y de tantas situaciones difíciles que como humanidad vivimos. Más confrontante resulta saber que generación tras generación nos han/hemos transmitido las mismas pautas emocionales repetitivas como el origen y causa de todos estos males en el mundo.
Desconocía que cada individuo experimenta sus propias adicciones, porque no sólo es adicto quien consume alcohol, drogas, cigarros, sino que, también se es adicto a la tristeza, sufrimiento, a la mentira, al dolor, a la ira, etc. Estas pautas emocionales se convierten en la fuerza de nuestros hábitos del día a día momento a momento e ignoramos que impactamos así la vida personal, familiar, social, y a todo el colectivo: humano, animal, vegetal, mineral, a la creacion entera. Nos parece ‘normal’ ser así, son nuestras creencias, es lo aprendido. Desde estos y hábitos insanos pensamos, hablamos, sentimos y actuamos. Todos estos comportamientos tiene como causa el temor.
Ser perfeccionado en el amor no se trata de ser perfectos, sino de saber que tenemos un origen en en Dios, cuya naturaleza es amor y nosotros como espejos de su creación debemos manifestar esa misma naturaleza. Aprendamos que como humanos somos pequeños fragmentos de su magnífica Creación, pero también lo es la naturaleza, los animales, minerales, y todo cuanto existe. Nadie es más valioso que otro. Amar al prójimo como a mí mismo es aprender a re conocerme en el otro en respeto, compasión, ayuda mutua, por su propia existencia y naturaleza divina.
Es imprescindible transformar nuestra manera de pensar, sentir, actuar; no hay otro camino.
Mil gracias Aída por este nuevo artículo que llega a tiempo para ayudarnos a no ‘volvernos locos’ o a paralizarnos de miedo. Identificas con la claridad de siempre la raíz del problema y su solución a la vez que nos llamas la atención para que no caigamos en los mismos errores que precisamente nos han traído hasta aquí: la fragmentación en la que vivimos no sólo como individuos, sino como sociedad. Si a alguien le quedaban dudas de la existencia o repercusión de la interconexión se les habrán despejado con lo que como humanidad estamos viviendo. Tu artículo es un tesoro que he compartido con amigos y familiares para contrarrestar tanta desinformación que circula por estos días. En tus palabras el antídoto contra el coronavirus: “Nuestro gran poder para transformar lo existente radica en la interconexión. Un pensamiento de amor y paz que abriguemos en silencio repercutirá en toda la creación.”
Gracias Dra Aída.
Me ha gustado mucho que toque el tema del coronavirus el cual vemos por todos los medios de comunicación de una manera diferente a como lo aborda usted en su artículo.
Este texto es esperanzador al saber que somos nosotros mismos como personas y como sociedad quienes podemos dar fin a este agente patógeno como a cualquier otro. Puesto que son el resultado de la fragmentación de conciencia en que vivimos al sentirnos separados de todos los seres con los que cohabitamos ya sea humanos, animales, plantas, minerales, etc., lo cual nos genera miedo, desconfianza, desequilibrio, desarmonía.
Tener presente la Interconexión nos ayuda a estar atentos de nuestros actos, pensamientos, sentimientos, palabras pues sabemos que cualquiera de ellos repercute en todos los demás. Si somos conscientes de la unidad, viviremos en amor, en paz, en equilibrio, no tendremos nada a que temer.
Me gustó mucho el artículo. En lo personal pienso que las crisis muestran lo que cada ser lleva dentro. Por tal motivo vemos tanta desesperación, miedo, avaricia y egoísmo ante la contingencia actual. La sociedad en este momento pasa por una crisis sanitaria pero más de esperanza y solidaridad. El permanecer en casa suspendiendo la mayor parte de las actividades considero será un ejercicio sanador para muchos. Algo o alguien tenia que poner una pausa al ritmo desenfrenado en el que íbamos ciegamente.
Excelente artículo, muy oportuno, profundo y confrontador.
Voy a copiar textualmente las partes que me han ayudado del mismo a reflexionar:
“No es banal la lucha que emprende un solo individuo por vivir en interconexión, porque la repercusión que produce ese intento personal no queda limitado a su entorno visible, sino abarca el complejo ámbito de la realidad cuántica, así como el mundo de los seres inorgánicos que se relacionan activamente con nuestra forma material-espiritual de existencia.”
Esta parte me hizo mucho eco. Por que parece que estoy haciendo mucho, que me esfuerzo, que busco, que imploro y no veo resultados; bueno, si los veo pero son por gotitas, y mi sed es inmensa.
Pero si así está dispuesto para mi, pues así lo acepto con paz y gratitud, aún sin dejar de luchar y buscar. Aunque como el perro, me levanto y doy vueltas sobre el mismo lugar y me echo en donde mismo; no logro subir como espiral, con la conciencia de que aunque pase por el mismo lugar, momento o situación no soy la misma; hay cambios, todo cambia, razono este crecimiento pero no lo aplico, no veo claro este avance en mi. Por eso creo que no avanzo.
Pero con el siguiente párrafo textual encontré la respuesta.
“La causa es el desamor producido por la fragmentación en que vivimos; desconectados de nosotros mismos, del prójimo, de la naturaleza y de la vida en general sólo podremos crear desequilibrios. El miedo genera desequilibrio y desarmonía, el amor genera equilibrio y armonía: ‘En el amor no hay temor, sino que el amor perfecto echa fuera al temor, porque el temor proviene de la desconfianza, y el que teme no ha sido perfeccionando en el amor’ (3).”
¿Cuál es la respuesta? El desamor y la fragmentación.
Este otro párrafo me impresionó mucho… “‘Muchas entidades del universo en su totalidad, entidades que poseen conciencia, pero no organismo, aterrizan sobre el campo de conciencia de nuestro mundo (5). Tenemos un predador que vino desde las profundidades del cosmos y tomó control sobre nuestras vidas. Los seres humanos son sus prisioneros. El predador es nuestro amo y señor. Nos ha vuelto dóciles, indefensos. Si queremos protestar, suprime nuestras protestas. Si queremos actuar independientemente, nos ordena que no lo hagamos (6).”
Me sentí prisionera… Sé que estoy como prisionera…
Pero a la vez he experimentado en varias ocasiones la ayuda de los ángeles, me atrevo a llamarles también entidades de luz y de amor, que están pendientes de nuestra vida y vivencias, peligros y éxitos. Todos y cada uno de estos momentos son vividos en interconexión, allí es cuanto entiendo perfectamente el cierre del artículo. “””No estamos solos”””
Muchas gracias.
En su artículo la Doctora Aída me hace preguntarme “¿Para qué está ocurriendo esta pandemia?”, con la ventaja de que ya me da las respuestas en su texto:
Nos encontramos ante una lucha espiritual y psicológica, bajo el nombre de “Coronavirus” para renovar nuestras estructuras: fisiológicas, bioquímicas y bioenergéticas que sustenten nuevos esquemas de pensamientos y emociones que no dañen ni a une misme ni a los otres, con el fin de liberarnos de nuestra dolorosa interacción entre humanos y el doloroso trato que la especie humana da a otras especies, debido a las construcciones mentales de sufrimiento heredadas generación tras generación. Cita la Doctora Aída, que “nuestros pensamientos son la fuerza más positiva o la más destructiva en la naturaleza” y aclara que es así cuando nos conectamos en un mismo pensamiento o propósito. Si nos conectamos en pensamientos y propósitos de compasión y confianza “no tenemos qué temer” porque el “amor-conexión” crea un campo magnético protector contra los dañinos físicos y espirituales… “Amor -conexión ordena la fuerza positiva y destruye todas las cosas negativas”. Sin embargo, como puedo darme cuenta la conexión actual es en desamor, en miedo, en enojo, manifestado pandemia, en desequilibrios ecológicos, en contaminación, en lucha de poderes sociales… manifestación de nuestra ceguera a que todos somos en la conciencia unificada. Evento tras evento, terremotos, guerras, epidemias, tenemos la oportunidad de revisar a fondo nuestra visión ¿estamos viendo esto como algo aislado donde no tenemos responsabilidad alguna o nos reconocemos participes y co-responsables de ello?
Dice la Dra. Aída en su artículo “Causa-Efecto” que al ignorar la Ley de Responsabilidad (Causa-Efecto o Ley del Karma), vivimos en miedo sintiéndonos víctimas de fuerzas oscuras desconocidas, creyendo que no tenemos posibilidad de prevenir el presente y mucho menos el futuro, sin darnos cuenta que cuando sembramos semillas de sufrimiento cosechamos sufrimiento. En la interconexión el daño que hago a otro ser me lo hago a mi misma, o bien, si siembro semillas de compasión cosecharé compasión y benevolencia, porque en esta interconexión todo pensamiento y acción resuenan en energías de bondad o de destrucción a todos los niveles, para toda la Creación en su conjunto, explica la Dra. Aída. Su sugerencia de considerar textos sagrados como los Evangelios para poder revertir los efectos de las semillas de guerra que hemos sembrado me parece la solución para nuestra ceguera en la actual batalla de nombre “COVID-19”.
Muchas gracias por traernos este mensaje en estos tiempos complicados. No estamos solos, y por ello debemos actuar en solidaridad mientras mantenemos la paz interna y externa. Saludos!
Gracias por el artículo Dra. Aída..
Yo puedo decir que los viruses sin importar qué nombre le damos, siempre coexistió con nosotros, pero por la destrucción que la humanidad le ha dado a la naturaleza, aplicando la ley de causa y efecto, la naturaleza necesita reactivar para sanar sus heridas, y a través de este surgimiento, justamente es buen momento para que toda la humanidad comencemos a reflexionar qué hemos hecho para esta cosecha?
La intención siempre se demuestra desde la acción a través de nuestra acción en la vida cotidiana, si somos suficientes observadores, podemos darnos cuenta qué tipo de vibración producimos por medio de cada intención en cada instante de nuestra vida para llegar a todo esto, se puede decir que son: falta de fe =miedo, falta de propósito en la vida, rencor por el egocentrismo, arrogancia, codicia, ignorancia…